Contra las maratones de series y la tendencia
creciente de verlas a una velocidad mayor de la normal, una propuesta: ver,
como máximo, un capítulo por día. No solo para tener tiempo para otras cosas,
sino como una forma de expandir el placer.
Casi siempre que cuento que, cuando sigo una serie,
no veo más de un capítulo por día, la gente se sorprende mucho. Enseguida
quieren saber el porqué de esa política. Mi respuesta es simple: también quiero
hacer otras cosas. Nuestro tiempo es limitado, y el que le dedicamos a algo se
lo negamos a todo las demás. Me gusta ver series, pero no es lo único que
quiero para mis ratos de ocio.
Sé que voy contra la corriente. De hecho, antes que por
qué lo hago, suelen preguntarme cómo lo consigo. Para
muchas personas, ver un solo capítulo diario se torna una misión imposible: no
pueden escapar de las garras de los cliffhangers, esos anzuelos que
los guionistas colocan al final de cada episodio para engancharte y que la
ansiedad te compela a ver el siguiente. Hay datos que afirman que los usuarios
de Netflix ven, en promedio, dos capítulos y medio de series por día, y que el
61 % ve por lo general entre 2 y 6 episodios de un tirón.
Querer hacer otras cosas no es, sin embargo, el
único motivo. Con el tiempo me di cuenta de que, a un capítulo por día,
disfruto más de las series. Les dedico toda mi atención (cuando veo una serie,
pongo el teléfono en silencio y lejos de mí, para ni siquiera tentarme con sus
distracciones). Gozo de la intriga (si la hay) del final del episodio, pero ni
se me ocurre dar play al siguiente. Ejercito el deleite de la
espera, de saber que el día siguiente tendré más (si es que el día siguiente
veo un capítulo, pues a veces no lo hago). Además, una noche de sueño entre
cada emisión contribuye a fijar en la memoria los datos importantes. La
política de un capítulo por día es, para mí, una forma de expandir el placer.
2
Si ya debido a esa práctica sentía que iba
convirtiéndome en una suerte de rareza, qué decir desde que me enteré de que
existe —y está cada vez más extendida— la tendencia de ver las series en fast-forward,
es decir, a una velocidad mayor de la normal.
Existen disciplinas artísticas espaciales,
estáticas, atemporales: la pintura, la escultura, la arquitectura. Su disfrute
no depende del tiempo. Está fuera del tiempo, podríamos decir. Las otras artes
exigen la sucesión. En algunas, como la literatura, el tiempo es variable.
Alguien puede tardar el doble o la mitad que otra persona para leer una página
o una novela, y en ambos casos la página y la novela serán las mismas. En otras
no: en música, si los tiempos cambian, cambia la obra. Es como, en un texto,
modificar una palabra o una frase.
Pues bien, hasta hace poco yo creía que las artes
audiovisuales (el cine, las series) pertenecían a la misma categoría que la
música. Que cada obra tenía su tiempo invariable. Si uno quería ver una
película de dos horas, debía invertir dos horas. Me equivocaba.
Lo han explicado muy bien, en sendos artículos, Marina Such y Antonio
Martínez Ron: mucha gente (sobre todo jóvenes) ve las series, y
algunos también las películas, y escucha los podcasts, a “1.5x” o “2x”. Es
decir, a un 50 o 100 % más rápido de su velocidad normal. Ahora soy yo quien
pregunta azorado: ¿por qué? Para que el tiempo rinda más. Such, para elaborar
su reportaje, hizo una consulta al respecto en Twitter.
La respuesta más paradigmática fue la de un usuario llamado Araide Sensei:
“Va demasiado lento
para mí todo. Me aburro, me pongo nervioso, saco el móvil, me distraigo…
Necesito un poco (bueno, bastante, je) más de velocidad, que me obligue a
mantener la atención y que condense el entretenimiento”.
Cuando Such le preguntó si no siente que, de ese
modo, se pierde algo de lo que pasa en las series, Araide Sensei contestó: “En
absoluto. De hecho, si las viese a velocidad normal sí que perdería cosas,
porque desconecto”.
3
Parece evidente que vivimos cada vez más
acelerados. Martínez Ron cita en su artículo un estudio de
2007 según el cual la gente en las grandes ciudades caminaba entonces un 10 %
más rápido que diez años atrás. ¿Habremos aumentado otro 10 % nuestra velocidad
en la última década?
Se ciernen sobre nosotros algunos mandatos
sociales, que no son otra cosa que el capitalismo pretendiendo exprimir hasta
la última gota de eso que llamamos nuestro tiempo libre. De ahí la exigencia de
ver todas las series que hay-que-ver. Que son cada vez más, por lo cual hay que
ver seis o siete a la vez. Y hay que verlas, además, lo antes posible, para
evitar los spoilers y para no quedar fuera de las
conversaciones. Verlas aunque consideres que son aburridas o que tienen muchas
partes de relleno. Incluso aunque no te gusten. Verlas hasta el final, porque
no podés abandonarlas sin saber cómo terminan. Verlas.
Surge entonces un cálculo sencillo: si en 1.5x un
capítulo de una hora dura cuarenta minutos, en dos horas en lugar de dos
capítulos caben tres. ¡Y a 2x caben cuatro! En una maratón de cinco horas te
clavás una temporada completa y podés presumir en la oficina al día siguiente.
Y ya estás listo para una serie nueva.
4
Este artículo no es —no quiere ser— una diatriba
contra quienes consumen los productos audiovisuales a una velocidad mayor que
la original (una práctica cercana a leer una novela “en diagonal”, que es lo
que hacen quienes leen
superrápido): son libres de hacerlo. Tampoco contra los seriéfilos
maratonistas. Mucho menos contra las series en sí mismas. (La cineasta
argentina Lucrecia Martel ha dicho que
“la gente no se da cuenta de que las series son un retroceso”. Además de
arrogarse la capacidad de saber de qué se da cuenta “la gente” y de qué no,
Martel se equivoca, creo. Parafraseando un artículo de
César Aira sobre literatura y best-sellers que ya hemos citado
por aquí en más de una ocasión: ver cine de calidad es una actividad muy minoritaria.
Creer que alguien pueda dejar de ver Game of Thrones para ir a
ver películas de Ingmar Bergman es una ingenuidad. Si no existiera Game
of Thrones, su audiencia vacante no vería a Bergman. Vería otros programas
de televisión o, simplemente, no vería nada.)
De lo que me interesa hablar, en realidad, es del
placer. Ese placer que yo siento expandir al ver no más de un capítulo por día.
Quizás otras personas lo expandan haciendo maratones de series o viéndolas a
toda velocidad: no digo que no pueda ser. Pero quizás —solo quizás— esas
personas lo hacen por la presión social a la que están sometidas y, si se
dieran la oportunidad, advertirían que las disfrutan más viéndolas poco a poco.
Tomándose su tiempo.
De esa forma verían menos series, está claro, pero
¿qué más da? Quedarían fuera de algunas conversaciones, pero ayudarían a que
surgieran otras. Se evitarían, probablemente, las series aburridas y las que
tienen partes de relleno, y muchas de esas que ven hasta el final, aunque no
les gusten, solo para saber cómo terminan. En general yo veo nada más las que
me recomiendan mucho. No es una garantía absoluta, pero ayuda a evitar pérdidas
de tiempo. Y cuando me parece que una serie no es para mí, la abandono sin
remordimientos. Con House of Cards llegué hasta la mitad de la
segunda temporada. Con Thirteen Reasons Why, hasta la mitad del
segundo capítulo. La casa de papel ni siquiera la empecé.
Saber invertir el tiempo que se “gana” (se deja de
perder) de esa forma ya es otra cuestión. Pero a menudo solo se aprende una vez
que se cuenta con él.
Comentarios
Publicar un comentario