Hay muchos elementos que hacen de la educación
en Finlandia una de las mejores del mundo, y no sólo por sus resultados, que
sólo son la consecuencia. Por ejemplo: la alta consideración social y
económica del docente, la innovación y libertad pedagógica del maestro, el
cuidado individual a cada alumno o el hecho de que la financiación de las
escuelas se realiza a través de los ayuntamientos. Esto último
garantiza que en cada municipio la educación sea considerada una prioridad
(¡¡se trata de sus propios hijos!!). Estos son solo algunos ejemplos.
De todos ellos, hay
tres aspectos fundamentales que marcan una diferencia de base con el sistema
español, y que, soñando despierta, me gustaría importar con carácter de
urgencia.
1) La
no-injerencia política. La educación en Finlandia no es algo estático, sino
que está en evolución permanente … con criterios pedagógicos.
No son los políticos, sino los docentes quienes lideran esa evolución. En
España, lo primero que hace cada nuevo gobierno que llega al poder es imponer,
desde arriba y sin suficiente consenso con la comunidad educativa ni
suficientes conocimientos sobre pedagogía, los cambios que considera
oportunos, en base a criterios que ni los docentes ni los ciudadanos
acertamos a entender. El progresivo deterioro de la calidad educativa
demuestra que esos criterios pueden ser variados, pero no son
pedagógicos, a la vista del resultado. En cualquier caso se apoyan
en una visión mecanicista del niño no como un ser inteligente en evolución,
sino como una caja que hay que llenar, y cuando antes se empiece mejor. Eso con
cada vez menos recursos…
2) Comenzar
la escuela en primaria. En Finlandia y otros países avanzados, la
etapa del jardín de infancia se prolonga hasta los 6 años, lo que aquí
consideramos el 2º ciclo de la Educación Infantil. Los niños empiezan a aprender a leer y escribir y a contar
a los 7 años, porque es cuando están neurológicamente
maduros para ello. Antes de ese momento, su tiempo se dedica al juego (gran parte de él al aire libre),
la actividad manual y escuchar narraciones. “Estar maduro” implica aprender con
facilidad y disfrutando. Hay consenso entre los pedagogos en que adelantar etapas es un error que no sólo les priva de un
tiempo valioso para jugar, que es lo que necesitan hacer en esta etapa, sino
que convierte el aprendizaje en una tarea ardua, desagradable. Muchas dificultades de
aprendizaje son el fruto de esta profunda incomprensión de cómo son y cómo
aprenden los niños en realidad. No cargarse su afán y su placer
por aprender debería ser una prioridad.
3) El arte, parte integral de la educación. La
educación musical y artística no sólo nos conecta con lo más elevado de la
inteligencia humana, sino que es un cauce natural de desarrollo de la creatividad, y como “efecto
colateral” facilita el aprendizaje de otras materias más formales. En el
Jardín de Infancia, cantar potencia el desarrollo físico, mental y social de los niños y
se refleja en el desarrollo del habla y la inteligencia social. No
hay desarrollo integral sin las artes en la escuela. Y con “arte” no me refiero a colorear fichas… Así, mientras
los pedagogos van descubriendo cómo el arte favorece el desarrollo
integral de las niñas y los niños, y hay países que incluso recogen en su
constitución el derecho
a la educación artistica en la escuela, en España su presencia
en el curriculum escolar va disminuyendo progresivamente, por ser
considerada algo menor, colateral, sin una utilidad directa. Una visión bastante miope de la educación.
Es también
preocupante la forma en que el sistema escolar proyecta su sombra fuera de
la escuela, concretamente sobrecargando con deberes incluso
a niños muy pequeños. Se trata de un instrumento con el que la escuela se
apodera del poco tiempo libre que queda a los niños, reduciendo aún más su
tiempo de juego y generando estrés familiar. Un tema penoso que
demuestra que poner el acento en forzar la marcha, en realidad, no funciona, y
que merece una rebelión de los padres.
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